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¿Qué es lo que motiva los celos? Los celos surgen de diversas fuentes, una de las más relevantes es la baja autoestima, la persona celosa piensa que no es lo suficientemente buena para merecer el amor de su pareja, por lo tanto el resultado más obvio es que será abandonado por alguien mejor. El entorno familiar también contribuye a este miedo, si el sujeto proviene de una familia donde la moneda corriente eran las actitudes celosas de sus padres entre sí, es posible que el patrón se repita en la vida adulta de este individuo. Si se han experimentado historia de traiciones, el pasado tendrá un peso fuerte alimentando al miedo en el presente. Personas quienes padecen trastornos de personalidad como loshistriónicos, paranoides y narcicistas son más propensas a padecer de celotipia (celos irracionales, intensos, obsesivos e infundados)
Es natural que deseemos ser únicos, los celos incluso pueden ser naturales en determinadas ocasiones, como en el matrimonio al motivar a mantener viva la pasión de la pareja. O cuando sentimos tristeza ante la inclusión de un tercero, demostrando que no somos tan únicos ni irremplazables como creíamos.
Aunque también los celos pueden ser vistos como un símbolo de violencia, de posesión desmedida hacia el otro donde esa persona que amamos pasa a ser un mero objeto que debe seguir nuestros caprichos al pie de la letra. Las exigencias, las demandas, desbordan ahogando el afecto de quien padece este castigo.
Los celos son la manifestación de la ansiedad ante la posible pérdida de nuestro objeto de amor, causando diversas reacciones que algunos casos incluso pueden llegar a ser violentas y desmedidas. Surgen ideas constantemente de que nuestro amado está con otra persona, hasta pueden interpretarse como incriminatorios pequeños detalles inocentes de nuestra pareja, generándose aún más vigilancia y control.
Entre las características de un celoso veremos que esa persona tiene una necesidad abrumadora de controlar al otro en su modo de vestirse, hasta en el más mínimo movimiento. Cada salida a solas de su pareja será una guerra, ya que la imaginación del celoso echara a volar. Es soberbio creyendo que él es el único que posee la verdad y que conoce más a su pareja que ella misma.
Los celos son tan variados como los individuos que los padecen. Así veremos que hombres o mujeres depresivas tendrán reacciones depresivas ante las discusiones por celos. En las personas responsables y dinámicas estas reacciones serán más intensas y fuertes. Los tímidos callaran sus celos, llevando el dolor escondido en su interior. Las personas irritables y coléricas demostraran sus celos mediante actos despiadados que someterán a la persona que aman.
A nivel biológico, la glándula que más influencia posee en los celos es la Tiroides, trayendo consigo tanto manifestaciones somáticas diversas como alteraciones psíquicas y de comportamiento.
Quienes deben tolerar una pareja celosa deben esforzarse muchísimo en la comunicación, demostrándole todo el tiempo al otro de que no hay nada que temer, haciendo hincapié en el amor que se tienen. No cedas y no caigas en el juego del celoso, si continuamente estás brindando explicaciones, estás alimentando su obsesión. Sé honesto y claro con lo que sientes, en especial cuando te sientes atacado por el excesivo control o las acusaciones carentes de fundamento. Exige su confianza, así como tú le brindas la tuya.
Si tú eres el celoso piensa y confía en el amor de tu pareja, trabajando en tu autoestima, con el pleno conocimiento de que tú vales lo suficiente como para que alguien no te traicione. Ten una vida rica en proyectos y actividades que te causen placer, no hagas que tu vida entera gire en torno al otro, eso solamente generará más inseguridad en ti. Ante situaciones que puedan despertar tus celos, debes reflexionar si tu reacción es válida o está siendo por completo desmedida e irracional. Ten cuidado con los celos, ya que por tu temor de no perder al otro, en realidad estarás actuando de una manera tal que puedes peligrar de verdad el amor que tu pareja te profesa, no conquistaras a nadie bajo presión ni amenazas, si alguien ha escogido estar contigo no será gracias a tu vigilancia extrema.
Me gustaría compartir una historia con ustedes, para que puedan continuar reflexionando sobre este tema. El amor sin libertad no existe y el intento de dominar al otro lo único que provoca es que ese bello sentimiento que sentíamos en un principio se vaya desvaneciendo hasta convertirse en menos que una sombra, un recuerdo.
Siempre fui sumamente insegura. Cuando salía de mi casa revisaba mi bolso al menos tres veces para cerciorarme de que no había perdido las llaves. Luego de pagar algo, revisaba si mi billetera estaba conmigo o la había dejado olvidada. Si cerraba la puerta de mi casa, intentaba abrirla solamente para saber si realmente la había cerrado.
Probablemente algunos psicólogos tildarían éstas conductas características de personas obsesivo-compulsivas, o algo por el estilo, pero en realidad todo esto se debe a mi inquietante, molesta y abrumadora inseguridad. Pero mis locuras no finalizan aquí, aún no he confesado mi más tortuosa espina: la desconfianza. No solamente me cuesta muchísimo confiar en las personas, sino que creo que cada hombre de esta tierra es una serpiente dispuesta a traicionar ante la menor oportunidad.
Quizás algunos de ustedes pueden llegar a pensar que me estoy refiriendo a ese cierto temor que una mujer enamorada experimenta, después de todo es bastante lógico que se tema, un poco solamente, perder a la persona que se ama. Bueno… no exactamente. Porque mi miedo es gigantesco, sobrepasa los límites del más puro terror. Es un pavor absoluto a ser traicionada, utilizada, vilmente lastimada.
Como podrán imaginarse jamás me fue sencillo mantener una relación, no duraban nunca más de tres o cuatro meses. Todos, y me refiero a absolutamente todos, los pobres desdichados que tuvieron la desgracia de involucrarse conmigo fueron alejados por mi indescriptible temor.
Y fue así que me quedé sola y triste. Sentía que no tenía otra salida que renunciar al amor, ya que cada vez que un hombre se me acercaba, yo escapaba. Temía que ese pudiera ser el comienzo de otro desafortunado capítulo de mi patética novela de relaciones.
Sin embargo, el destino me tenía preparada una más que grata sorpresa. Gracias a una de mis mejores amigas, conocí un hombre perfecto para mí. Era la criatura más insegura, celosa y obsesiva de este planeta, en otras palabras, nada más ni nada menos que mi alma gemela.
Comenzamos a salir y de inmediato nos dimos cuenta de que éramos el uno para el otro. Nos necesitábamos mucho, el tiempo que estábamos juntos no nos parecía suficiente, deseábamos amarnos con locura todo el tiempo y en la cama…¿Qué les puedo decir? En la cama éramos imparables.
Que ironía que tiene la vida, aunque ustedes no lo crean, mi novio comenzó a comportarse de un modo aún más que extraño que el mío. Porque si yo tenía una personalidad que rayaba en la locura, el sin duda alguna me superaba. Jamás se me hubiera ocurrido siquiera…esta vez era yo quien comenzaba a sentirse agobiada en la relación.
Todo comenzó muy sutilmente, tanto que ni siquiera me di cuenta. Al principio su pedido fue que no saliéramos separados, a todo sitio que yo iba él me seguía como mi fiel sombra. Ésto me complacía, porque él hacía lo mismo, lo cual me permitía tenerlo vigilado y así calmar un poco mi paranoia.
Después comenzó a percatarse de que yo llamaba demasiado la atención de los hombres. A veces era cierto que mi cuerpo era víctima de lascivas miradas, pero cuando no lo era, mi novio se encargaba de inventarlas. Su “dulce petición” fue que dejara de utilizar ropas ceñidas que resaltasen generosamente mis atributos. Obedecerlo esta vez me resultó un poco más difícil, ya que debo admitir que me fascinaba utilizar ese tipo de ropa.
Al poco tiempo, el desdichado maquillaje cayó presa de sus prohibiciones. Mi novio ya no me pedía generosamente las cosas, ahora me las imponía, y si yo osaba hacer lo contrario, su enojo podía durar días haciendo intolerable su compañía. Así que también debí ceder. Era otra persona, nadie me reconocía…Y comenzó la guerra.
Mi inseguridad y temor de ser traicionada me hizo pensar que él solamente me quería dominar para que fuera su trofeo (clásica actitud masculina, nos exigen todo pero nunca dejan de hacer lo que les place). Sentía que era yo quien hacía todos los sacrificios, mientras él no había cambiado ni un ápice su acostumbrado modo de vida. Fue cuando decidí que ya era tiempo de que las cosas cambiaran. También comencé a hacerle miles de peticiones: que dejara de ver a su mejor amiga, que evitara todo contacto tanto físico como verbal con las mujeres, que cambiara su modo de vestir e incluso le prohibí que se cortara el cabello. Por supuesto que ante mis reclamos más prohibiciones surgieron por su parte.
Nuestra psicótica relación estaba atada a una innumerable lista de reglas. Si no las obedecíamos sabíamos que pagaríamos muy caro las consecuencias. Si él no me hacía caso, yo simplemente buscaba alguna manera de vengarme y hacerlo sufrir. Si yo ignoraba el reglamento, él se encargaba de hacerme la vida miserable.
Así fue que nuestra relación se volvió insoportable. Cuando él decía que lo agobiaban mis pedidos, yo decía que él me tenía harta y que él había sido el verdadero culpable del origen de todas aquellos sagrados mandamientos. Conclusión: volvíamos dócilmente a atenernos a las cadenas que nosotros mismos nos habíamos impuesto.
Pero un día ya no pude más. Lo cité en un restaurante y le dije que debíamos terminar. Entre miles de reproches y lágrimas me fui de aquel lugar, comenzando a arrepentirme casi de inmediato de lo que había hecho.
Apenas habían transcurrido tres días desde nuestro triste encuentro cuando él se comunicó conmigo y me citó en una dirección que no conocía. Al llegar a aquel inhóspito lugar, un terreno vacío, desierto y escalofriante, lo encontré.
- Mi amor, te estaba esperando, temía que no vinieras- me dijo en un tono más dulce que la mismísima miel.
Yo corrí a sus brazos y comencé a llorar.
- Soy una tonta, nunca debí haber terminado contigo, te amo tanto.
- Ven conmigo.
Él me tomó de la mano y me condujo a un pequeño galpón abandonado. Entramos y el cerró aquel inmenso portón con llave. Comencé a asustarme un poco, pero su apasionado besó me calmó. Poco después, ante mis ojos interrogantes, él arrojó la llave por una pequeñísima hendidura en una de las paredes de aquel recinto. Si hubiéramos querido recuperarla nos hubiera resultado imposible.
- ¿Qué estás haciendo?
- Aquí nadie nos encontrará jamás. Aquí nunca habrán hombres que quieran arrebatarte de mí, no más ropas provocadoras, ni maquillajes innecesarios. No más amigos, nadie que nos moleste. Seremos sólo tú y yo por siempre.
Casi me desmayó del terror. En aquel lugar tan remoto las chances de que nos encontraran era mínimas, para no decir imposibles. Moriríamos de hambre y sed en cuestión de días. Sin embargo, la razón ya no importó. Todos mis lógicos pensamientos fueron desechados por la maravillosa oportunidad que mi amado me estaba ofreciendo. Él también estaba renunciando a todo, ya no tendría que preocuparme por nada, porque por más que quisiera traicionarme jamás podría. Una inmensa sonrisa iluminó mi rostro haciendo desaparecer mi mueca de preocupación. Caminé lentamente hacia él y lo abracé. Cerré los ojos y suspiré.
- Es el mejor obsequio que podías hacerme. Gracias, te amo.
Permanecimos abrazados por horas y horas, y cuando el hambre comenzó a aguijonearnos insistentemente, no nos importó. Él y yo estábamos juntos, él me pertenecía por entero y no podría escapar nunca, ¿qué más podría pedir para ser feliz?
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celos celotipia posesión violencia
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