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Cuánto dolor e inseguridad sentimos cuando una relación de pareja, que tan bien nos hizo sentir alguna vez, se rompe. Es como si encontráramos un pozo en el camino que venimos transitando, el cual nos obliga a cambiar el rumbo, lo que sin duda puede generar en nosotros miedos, ansiedad, en definitiva nos obliga a salir de esa “supuesta zona de confort”.
Cuando iniciamos una relación de pareja, varias son las etapas que nos esperan.
En principio esa persona a la que estamos conociendo, despacito nos empieza a gustar, podemos sentir atracción física, su discurso es muy interesante y lentamente empieza a colmar todas nuestras expectativas, sentimos que estamos hechos el uno para el otro.
Compartir momentos nos hace sentir únicos, las horas pasan volando… Sentimos que alcanzamos una meta, encontramos al príncipe azul o a la princesa encantada, así como sucede en las películas y en los cuentos de hadas, que leíamos cuando éramos chicos.
Muchas personas lentamente ponen a su futura pareja en un lugar de primacía, las cosas que antes nos encantaban hacer, quedan en un segundo plano, ya no nos generan el mismo interés, solo queremos estar juntos y eso es más que suficiente.
Pero esta etapa lentamente se escurre, dando paso a la siguiente, la confrontación. Encontramos que ese príncipe o princesa no es tan perfecto como nos imaginábamos o como hubiéramos querido que fuera. Porque sin dudas no estamos en un cuento, estamos en la vida real y todas las personas somos únicas e irrepetibles
Entonces se nos abren dos caminos, debemos elegir… nos animamos a conocer al otro realmente y a que él o ella nos conozca o dejamos por acá porque sin dudas somos muy diferentes, difícil poder complementarnos.
Aquí es donde cada uno de nosotros puede elegir su camino, por lo tanto podemos tomar las riendas de la situación y arriesgarnos a vivir esa relación, que su cauce no lo podemos controlar porque no sabemos qué puede pasar en el futuro, lo que sí podemos es vivir el presente!
Varios factores inciden en cómo cada uno de nosotros vivirá sus relaciones de pareja, desde los modelos parentales, las relaciones anteriores que hayamos tenido, si es que la tuvimos, nuestro autoconcepto y autoestima, el entorno social del que somos parte, nuestra cultura, entre otros.
Muchas personas sienten que su príncipe azul o su princesa encantada si existe, por lo que se aferran a la idea de que su relación siempre estará en la etapa del enamoramiento. Su líbido esta puesta cien por ciento en esa persona. Su vida gira en torno a él o a ella, idealizándolo y encontrando que su vida solo tiene sentido si están juntos. Sus intereses ya no son suyos son de los dos, sus familias no son dos, ya son una y sus amistades también. El tiempo libre y la recreación, es imposible de imaginar si no están juntos; si el día durara cuarenta horas no habría nada mejor que estar juntos.
Pero ¿Qué les sucede a estas personas cuando uno de los dos empieza a sentir la necesidad de su espacio, de su tiempo libre, de sus afectos y de compartir con otros (que no sea su pareja)? O ¿qué pasaría si uno de los dos comienza a sentirse asfixiado o solo?... ¿Qué pasaría si uno de los dos decide alejarse?... ¿Qué pasaría si uno de los dos ya no está más?...
Estaría bueno que pudiéramos respondernos estas preguntas cuando estamos conociendo a alguien, lo que podría ayudarnos a tener una relación saludable, evitando así caer en la dependencia emocional, lo que podría conducirnos hacia una relación inestable, destructiva, en definitiva toxica.
Primero que nada debemos estar bien con nosotros mismos. Sentirnos valiosos, querernos, cuidarnos así como podemos cuidar a los otros.
Cuando conozcas a alguien:
Una vez juntos tengan presente que son dos personas, que en un momento fueron desconocidas y que hubo algo que les atrajo tanto a uno como al otro, intenten conservar esas individualidades, compartan y disfruten de lo que esa relación les regala! Intentar controlar o depender del otro sólo conducirá al fracaso.
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