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LEONEL GARCÍA
Primer caso: "J" (23) no puede digerir que su novia haya preferido salir con sus amigas que ir al cine con él. Mientras camina refunfuñando por la calle, un transeúnte le roza el hombro. Estalla. Qué-hacés-que-no-mirás, rechaza disculparse, pelea. "J" termina con una nariz rota. Segundo caso: "L" (30) está furiosa porque su pareja no le atiende el celular ni los 10 mensajes de texto que le manda en hilera. "Debe estar con otra este hijo de puta",piensa. Explota. La ropa del susodicho vuela por la ventana. Cuando llega, lo primero que hace es contarle que no pudo atenderla porque estaba manejando; lo segundo es abandonarla de inmediato. Tercer caso: a "M" (35) le salta la térmica seguido. Cada vez que sus hijos no le hacen caso o no logra ponerse de acuerdo con su esposa, comienza a ponerse colorado, las manos le tiemblan y se le tensan los músculos. Grita e insulta. Esta conducta no se limita al hogar: él es comerciante y los empleados le duran poco; a uno de ellos le llegó a pegar.
Los dos primeros casos han pasado por la consulta de la psicóloga Mariana Alvez, especialista en psicología positiva. El tercero es de su colega Verónica Orrico, terapeuta cognitivo-conductual e integrante de la Clínica Psinco. Ambas sostienen que la ira (o furia, o bronca, o enojo) es una emoción básica, adaptativa, inevitable y justificada en ocasiones, que puede ayudar al individuo a pararse mejor en el mundo que le rodea: manifestar su disgusto, reclamar y obtener un cambio, afrontar una situación adversa, posicionarse mejor ante la vida y los suyos, sobrevivir. El tema es cuando esta situación se pasa de la raya, cuando ante un episodio inesperado o desagradable la persona explota, "salta", perdiendo el control y realizando comportamientos dañinos para los demás y para consigo mismo, a veces ante cuestiones que para otros individuos representan apenas una incomodidad.
"Para los estallidos de ira no importa tanto qué es lo que está pasando, sino cómo la persona interpreta lo que está pasando", sostiene Orrico. Un ejemplo claro es el del tránsito: no todos reaccionan igual ni se ponen nerviosos en un embotellamiento; no todos son Michael Douglas en Un día de furia. En las personas irascibles, continúa Orrico, "hay una tendencia a `personalizar` la situación"; o sea, interpretar la conducta del otro como una acción destinada a perjudicarle. Suelen ser personas con esquemas muy rígidos de lo que debe ser la realidad. Los causantes son mucho más culturales y familiares que genéticos, y también son propensos a estos ataques "los individuos que se caracterizan por su baja tolerancia a la frustración", sentencia Alvez. Este último elemento es fundamental.
TOLERANCIA. Darío Ibarra, psicoanalista especializado en cuestiones de género, asegura que el manejo de la bronca depende de cada persona en función de su salud mental y -nuevamente- "su tolerancia a la frustración". Es por este motivo que, así como los hombres son mucho más victimarios que víctimas en situaciones de violencia doméstica, también son mucho más comunes en ellos los casos de ataques de ira, cuestiones que aunque tengan ciertas componentes similares no pueden tomarse como análogas (ver aparte).
"Eso se debe a patrones culturales. A la mujer se le educa más para reprimir y soportar la frustración; entonces, los hombres tenemos menos capacidad de tolerarla", indica Ibarra. Alvez agrega a la crianza en "familias caóticas", donde para la resolución de problemas prima "la manipulación, la violencia o la culpa", antes que una comunicación acertada, como caldo de cultivo para los iracundos.
Estos comportamientos pueden derivar no solo en agresividad y violencia, sino en despidos, pérdida de pareja (de hecho, las explosiones en este ámbito son los disparadores de la mayoría de las consultas con los profesionales), lesiones y problemas con la ley. Así como hay manifestaciones fisiológicas de los ataques de ira -activación del sistema nervioso, aumento de la frecuencia cardíaca, presión arterial y tensión muscular, además de incrementar la producción de adrenalina-, también hay, según consignan distintos expertos en portales sobre el tema, posibles consecuencias negativas para la salud, como más chance de sufrir problemas cardiovasculares o infartos cerebrales.Y, si bien estos estallidos existieron siempre, los expertos tienen la sensación -no mensurada- de que cada vez ocurren con más frecuencia, o que cada vez están más presentes en los consultorios. O que, al menos, como una consecuencia positiva de una realidad desagradable, cada vez son más quienes quieren aprender a controlarse.
CAMBIOS. Según Alvez, el ciclo del ataque de ira inicia por una etapa de intensificación, en la que se presentan las señales del estallido; le sigue la explosión en sí; y, finalmente, está la postexplosión, con las consecuencias poco agradables de haber cedido a ese impulso (insultar a un ser querido, golpear una pared, romper un artículo del hogar, agredir a alguien y un largo etcétera). Para Orrico, si la persona es capaz de aprender a detectar los síntomas que preceden a los estallidos, como temblor en las manos o ponerse colorado tiene más posibilidades de aprender a controlarse.
Hay cosas para tener bien claras. No vale la excusa "así es él/ella" para explicar una conducta explosiva. "Eso llega a ser una forma de justificar la violencia. `Él es calentón, dejalo`. O una mujer: `Soy temperamental, soy así`. Eso lo único que justifica es el no saber manejar la frustración. Y es creer que no se puede cambiar la personalidad".
Salvo en casos en que la persona sufre de patologías psíquicas severas, el tratamiento psicoterapéutico, a veces combinado con ansiolíticos y antidepresivos, y las técnicas de control de ira (ver aparte) suelen tener buenos resultados. Estas van desde algo tan básico como contar hasta diez o respirar hondo, hasta otras actividades que requerirán una participación más proactiva del individuo, desde ya la parte más difícil de la recuperación.
También se debe despersonalizar la causa del enojo. "Tenemos que intentar modificar el pensamiento de `estoy siendo atacado` por preguntarnos `¿realmente me están atacando?`", señala Alvez. "Aprender a controlar el enojo significa ser libres, libres de la opresión que nuestras emociones ejercen sobre nosotros y libres de esos pensamientos limitantes que solo nos meten en problemas", concluye.
Trabajar con la empatía, ponerse en el lugar del otro, es otra de las herramientas fundamentales. "Eso ayuda a ver las cosas desde otra perspectiva. La regla de oro sería tan sencilla como tratar al otro como te gustaría que te traten así", resume Orrico. Tan sencillo y tan difícil.
Aunque los ataques de ira son tan viejos como el hombre, el concepto anger management (control de ira) es de reciente data. El DSM-IV, algo así como la Biblia de los trastornos psiquiátricos, no incluye nada relativo a los trastornos de la ira. Sin embargo, cada vez más gente consulta por casos y cada vez hay más websites dedicados al tema. "Es como el bullying en la escuela. Siempre existió, solo que ahora se le pone nombre a una cuestión que estaba naturalizada", resume Darío Ibarra. Aquí hay algunas recomendaciones y técnicas para mantener el control cuando se venga el estallido.
Apelar a técnicas de relajación. Entre ellas está respirar lentamente, de forma pausada y no hiperventilar.
Practicar la comunicación asertiva, con afrontamiento y resolución de problemas, apelando a habilidades de negociación.
Separar lo que le sucede a la otra persona de lo que le sucede a uno. Despersonalizar la situación, poder generar empatía.
Apelar a la psicoterapia. Si es necesario trabajar en la capacidad de soportar frustraciones, problema que puede haber comenzado en la infancia.
Redirigir la energía. Hacer ejercicios o escribir tus sensaciones en un cuaderno o blog.
El simple acto de respirar profundo y contar hasta 10 permite un "tiempo de espera" que evita tensionar más una situación.
Detectar cuáles son las señales físicas que preceden los ataques de ira, y evitar decir algo en ese momento. De seguro lo vas a lamentar.
(Fuente: psicólogos Mariana Alvez, Darío Ibarra y Verónica Orrico, y portal www.ControlDeLaIra.com)
La psicóloga Verónica Orrico diferencia la ira de la agresividad y de la violencia doméstica. La segunda la define como una conducta que busca provocar daño intencional a otras personas; la tercera, según ella, pretende lograr la sumisión del otro apelando a diferentes tácticas como amenazas, insultos o agresiones físicas. "La ira es una emoción que puede favorecer la aparición de la agresividad y la violencia. Pero una persona que sufre ataques de ira no necesariamente busca la dominación del otro. La persona violenta suele actuar así en su familia y fuera de ella tiene una imagen distinta. La persona que no maneja bien su ira no la puede controlar en ninguna parte".
En cambio, para Darío Ibarra, quien trabaja con hombres golpeadores, la diferencia es muy sutil. "Una persona impulsiva, que siempre saca la ira para afuera está ejerciendo violencia, no vamos a diferenciar si es física o psíquica".
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furia controlar enojo impulsos baja tolerancia a la frustración
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